Necesitamos aprender a amar a la iglesia, aún con todas sus contradicciones.

Amar no es fácil. No se puede amar aquello que no se admira, y tampoco aquello a lo que no se le reconoce su potencial, pero se lo acepta como es. Te quiero ayudar a amar a tu iglesia, la cual tiene su propia contradicción, como todo aquello que Dios redime: es un tesoro en un vaso de barro.

Como ya dijimos, no es fácil amar. Hay un componente sacrificial en el amor, que es necesario para que luego pueda fluir el sentimiento y la pasión. Hay condiciones previas que deben existir para que pueda fluir: la aceptación de la debilidad del otro, el perdón. Solo puede fluir esa pasión que perdura cuando acepto su debilidad para poder ver y valorar sus virtudes.

Esto es válido para toda experiencia humana. No puedo amar a ese esposo difícil o a ese hijo rebelde si no lo puedo perdonar y aceptar desde la realidad que está viviendo. De lo contrario nunca lo voy a poder ayudar a cambiar.

Solo voy a poder amar a la iglesia si puedo ver la gloria de Dios contenida en la debilidad de los hombres que la componen.

Qué digo debilidad… muchas veces pobreza, miseria, etc. Te puedo mostrar las cicatrices y las heridas que todavía están sanando en mi corazón por lidiar con esa miseria humana y con la mía propia.

Hay una metáfora atribuida a Karl Barth que nos presenta una descripción muy vívida de este carácter tan contradictorio del Pueblo de Dios en la Tierra, tan débil y tan lleno de gloria. Él asemeja la iglesia al arca de Noé.  En esta estuvieron encerrados por cuarenta días con muchos animales, casi sin ventilación, en medio de excrementos y orín. Se imaginan el olor nauseabundo del lugar, ¿no?

En la iglesia muchas veces estamos en un ambiente así de corrosivo: celos, envidias, contiendas (1 Corintios 3:3). Muchas veces se nos hace difícil respirar y proseguir. Barth concluye dramáticamente la parábola: peor están los de afuera. Es que fuera del arca de Noé están muertos. Lo mismo nos ocurre hoy, afuera de aquella todos están muertos espiritualmente, sujetos a todas sus tentaciones, rebeliones y pecados.

La iglesia es el lugar que mejor alberga y contiene a las personas difíciles y raras, heridas y enfermas; es la misma razón de su existencia.

Esto conforma un ambiente complejo en el cual todos estamos en medio de un proceso de transformación. Todos muy débiles y expuestos, pero, asimismo, todos anhelamos amarnos por medio de relaciones sanas y sinceras.  

Es verdad que la vida en la iglesia es compleja, pero es la mitad de la verdad. Si nos quedamos con esa media verdad solo nos queda un fuerte desánimo y la carga pesada de sobrellevar nuestras debilidades, las propias y las ajenas. La otra media verdad es gloriosa. En ella es donde la gloria de Dios se manifiesta y donde el Espíritu Santo hace su morada. 

La presencia de Dios en medio de su Pueblo es la que hace toda la diferencia. 

No hay lugar más bello en la Tierra. Es donde Dios habita, se manifiesta y se da a conocer. La vida de la iglesia tiene momentos sublimes que no se puede experimentar en ningún otro lugar en la Tierra. El Señor habita en las alabanzas de su Pueblo. La adoración conjunta, uniendo nuestros corazones delante de su presencia produce unas de las experiencias más altas que un ser humano puede experimentar en la vida. 

La presencia de Dios llena el lugar, se rompe el velo que separa lo natural de lo sobrenatural y el cielo mismo se hace una realidad palpable en la Tierra. Una experiencia semejante a la que experimentaron los discípulos en el Monte de la Transfiguración. Es cuando el cielo se une a la Tierra y los seres humanos pueden tener comunión con los seres celestiales. No hay nada igual, ni es comparable con el lugar más paradisíaco del planeta.

Cuando los hermanos habitan juntos y en armonía, Dios envía bendición y vida eterna. En muchos de nuestros retiros o encuentros fraternales experimentamos esta sensación de un anticipo de la comunión plena que tendremos en la eternidad. Se palpa esa bendición del Señor, produce alegría y gozo de estar juntos.

Por eso, cuando nos encontramos a celebrar con nuestros hermanos, Dios pone alegría y expectativa. Nos preparamos con la certeza de que vamos a un lugar excepcional a tener comunión con Él y con mis hermanos. Vamos con fuertes expectativas de lo que va a ocurrir, de lo que el Señor nos tiene preparado para ese día porque tenemos la certeza de que una vez más, Él va a enviar su bendición y su vida eterna, y no queremos perdernos nada de Dios.