Encuentro interesante observar que, a lo largo de la historia, las mujeres en la antigüedad no podían ocupar el rol de juez en la sociedad, pero, si somos honestas, desde muy temprana edad en nuestras vidas tomamos este puesto vacante y comenzamos a ejercer su indiscutible tarea: señalar, indicar lo que está mal, deficiente, incompleto. Bajamos el martillo y sentenciamos: culpable.

La voz de juicio está tan instalada en nosotras que a veces tardamos mucho tiempo en registrarla. Y si a esto le sumamos una cultura relacionada con el exitismo y los filtros perfectos no es de sorprendernos que sea un terreno fértil para perpetuarla.

Muy a menudo, en medio de las consultas, suelo escuchar expresiones como “no sirvo”, “soy una inútil”, “que tonta fui”, “para qué lo intento si no voy a poder”, “en mí no hay mucho”, etc. 

Verbalizaciones que son parte de nuestro diálogo interno y que, como nada en el ser humano permanece estático, suelen tomar dos rumbos diversos: decrece si comenzamos a trabajar nuestro trato interno o aumenta si no hacemos nada para modificarlo. 

“La actitud crítica va subiendo cada vez más hasta alcanzar tonos alarmantes y los insultos hacia una misma no tardan en manifestarse”.

Lic. Nadia Steppat

Asociada a esta actitud crítica aparece la larga lista de las cosas que queremos modificar. En cambio, cuando la pregunta apunta a reconocer áreas positivas o aspectos que quisiéramos dejar como están, las respuestas por lo general son bastante dubitativas y con demasiados espacios en blanco para completar. 

¿Por qué podemos ver y describir lo que no nos gusta tan claramente y somos tan ciegas para ver la cantidad de recursos valiosos que poseemos?

Muchas veces, cuando trabajamos para empezar a desinstalar este mecanismo aparece el temor al cambio y la defensa a esta actitud buscando y encontrando el beneficio de la misma en “es que, si me reto, o me digo cosas fuertes reacciono”.

La jueza interna aparece en un intento de controlar y forzar cambios con la promesa del orden, pero tiende a realizar intervenciones iatrogénicas, es decir, opuestas (aquellas que persiguiendo un buen fin terminan lastimando). ¿Como queda nuestro mundo interior luego de tal tsunami de crítica y de desprecio? ¿cuánto tendremos que reconstruir bien adentro luego de este daño? 

Por lo general, cuando se trata de los demás esta tendencia suele menguar, no nos imaginamos expresándole a alguien querido este tipo de carga crítica. Esto pone en evidencia la dificultad que tenemos de ser amigas de nosotras mismas y a la vez una urgencia: aprender a amarnos para así amigarnos. 

La Biblia expresa que somos imagen y semejanza de Dios, pero muchas veces las imágenes que tenemos de nosotras mismas están tan desprovistas o alejadas de la semejanza de Dios: imágenes de fracaso, de rechazo, de desvalorización, imágenes dañadas. 

¿Qué pasaría si unimos las imágenes que nos hacemos de nosotras mismas a Su semejanza, al amor, a la verdad, a la esperanza, a la paz? Creo que como resultado tendríamos autoconceptos fidedignos, más enteros y saludables.

Se trata de amarnos y dejar de criticarnos

Que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y el fundamento de sus vidas, Efesios 3:17.

Según el pasaje, el amor es como una raíz, algo que nos sostiene, que nos permite mantenernos en pie. Es necesario desarrollar esa voz de amor en nuestro interior ya que es la que nos va a afirmar.

Esta voz tiene más el sonido de la espera y de la paciencia en los procesos, armoniza con el creer que todavía hay más en nosotras, no grita cuando algo no le gusta, no da notas de rencor, sino que responde con melodías de perdón, desentona siempre con la envidia, palabra que su etimología viene de invidere (lo que no veo de mí misma y si veo en los demás) y canta sobre aprender a vernos y a darnos valor.

Si abrazamos estas ideas, la jueza renuncia y da lugar a la arquitecta, el martillo poco a poco deja de sentenciar para derribar tomando una función más constructiva: afirmar y unir lo que quizás nunca debería haberse separado: nuestra imagen de Su semejanza.

Licenciada en psicología. Trabaja con docentes y niños en una institución educativa como también en el consultorio particular donde atiende adolescentes y mujeres. Forma parte de un equipo de pastores y junto a su esposo acompañan matrimonios con el fin de fortalecer familias.