Estamos casados hace exactamente catorce años. Y casi la mitad de nuestro matrimonio hemos estado intentando ser una familia “convencional”, es decir, con hijos. Nuestra vida sin hijos se divide en dos etapas. 
La primera, la más difícil, el intentarlo todo incluyendo numerosas visitas al médico, luchar con diferentes diagnósticos, pasar noches sin poder dormir y alguna que otra pelea por la misma presión que, sin darnos cuenta, nosotros mismos nos poníamos.
Mucha gente nos quedaba viendo como que algo nos faltaba, y aún hoy sentimos esas miradas.

Ciertamente eso no sumó nada positivo a nuestra vida. También en las redes sociales nos han dicho frases como “Si no tienen un hijo nunca sentirán el verdadero amor” o “Laurita, si no tienes un hijo Santi los buscará por otro lado”. ¿Pueden creerlo?
Llegó un momento clave cuando, pese a no tener más energía, nos pusimos firmes y soltamos la carga. Desde entonces nos empezamos a concentrar en hacer todo lo que no podíamos si lo tuviéramos a mano.

A dedicarle tiempo a nuestra relación, a viajar, a tener proyectos que demandan tiempo y arriesgarnos a ayudar a otros en la misma situación.

Ahí fue cuando comenzamos con la segunda etapa, que es la que estamos viviendo actualmente. Está llena de agradecimiento y de paz, pero lo que más nos sorprende es que muchos nos observan y piensan que estamos sin fe o perdimos la confianza en Dios. Incluso, hay quienes piensan que somos egoístas por no tener el deseo de adoptar. 
Algunos nos quieren alentar y nos dicen: “No se rindan, el milagro llegará”, o nos cuentan historias de otros que pasaron por lo mismo. Esos comentarios, que muchas veces vienen de personas que nos desean lo mejor de su corazón, nos han hecho comprender que no todas las familias son iguales.



Viviremos cada día con lo que Dios nos ponga en el camino

Nuestros planes pueden ser de una manera, pero Dios puede tener otra idea y saber eso ya es suficiente para nosotros. La paz con el tema de los hijos viene cuando sientes que el Señor está en completo control y que lo que Él ya te dio es lo que necesitas.


Y cuando sucede que ya no existen los reclamos, y no hay lugar para la insatisfacción, nos convertimos en una familia de dos y dos perros. Quizás, para algunos no parezcamos ser una familia “convencional”, pero somos felices y con eso es suficiente para ver a Dios obrando en nuestra vida. Su plan es que seamos plenos en Él, y en eso estamos.


Creemos que no nos falta nada, estamos perfectamente incompletos. No es el plan que teníamos cuando nos casamos, pero tampoco es un mal plan. Por las noches hemos tenido largas conversaciones sobre esto y llegamos a este pensamiento:

“Vamos a vivir cada día con lo que Dios nos ponga en el camino y si llegan los hijos está bien, seremos muy felices y los disfrutaremos; pero si no es el caso vamos a disfrutar muchas otras cosas que a lo mejor no haríamos si fuéramos padres”. 

A veces la gente se dice a sí misma “Es lo que me tocó”, como si la vida fuera a la suerte, como una repartición de cartas. Pero no lo es. Tu vida está perfectamente orquestada por el Señor, y si hay algo que consideras malo o que no te conviene también está incluido en el diseño original. Cada pelo está contado por Dios, Él tiene tu vida escrita y nadie puede borrar ni una coma de tu historia.

Si vives con Él, comenzarás a ver la vida de esta manera y podrás confiar en el plan que tiene para ti. Así que, a no desesperarte, deja que todo fluya y no sigas luchando contra la corriente de Dios. Nuestro día a día no es perfecto. Existen días en los que sentimos la necesidad de explicarnos, y no entendemos lo que nos tocó vivir. Pero cada una de estas situaciones pueden servir para dos cosas: alejarnos como pareja o acercarnos aún más.


Cuando el lazo se fortalece, todo lo que vivimos vale la pena. Con hijos o sin ellos, aprendimos a ser una familia cada vez más fuerte. Y entendimos que nuestra vida juntos es una bendición tal y como es ahora. Nos tenemos el uno al otro y estamos listos para lo que depare el futuro, porque lo que tenemos juntos, para hoy, es suficiente.