¿Qué pasaría si pudiéramos tomar el ejemplo del ADN y enviar restauración a nuestras áreas dañadas?

Hoy quiero reflexionar sobre algo tan único y complejo como nuestro cuerpo. Sabrás que gran parte de lo que nos constituye, de nuestro material de fábrica se encierra en tres letras, ADN, estas cadenas de genes que se interconectan dando como resultado vida. Nuestra herencia biológica.

Este sistema es bien sofisticado y al menos para mí aprender de él es un hermoso desafío. Es que el ADN de alguna manera es como un libro de instrucciones muy específico y lo que más me apasiona de él, como buena psicóloga, son los capítulos de cuidado que contiene. Verás, cuando una de sus partes es amenazada, se corta o cambia. 

Existen varias proteínas especializadas en reparar estos daños para, básicamente, unir y así perpetuar la cadena de vida en nuestro beneficio. Cuando este mecanismo tan específico falla por alguna razón, nos encontramos con diversas disfunciones y patologías, que hoy no son el fin de este artículo.

En el área psicológica también existen amenazas, por así decirlo, para nuestra constitución emocional.

Las experiencias dolorosas, los traumas (palabra que en su etimología viene de herida, corte) dejan marcas que limitan todo nuestro potencial de expresión.

¿Existe la habilidad de restauración en el área emocional?

En nuestra psiquis, tal vez, este mecanismo de reparación es aún más complejo que en nuestro cuerpo, ya que no depende de una realización automática sino más bien de elecciones.  Elecciones dolorosas y valientes como trabajar un trauma, buscar ayuda, hablar de lo que se quiere ocultar, comprometerse con un proceso de cambio. 

Atravesar lugares de dificultad, caminar por ellos, sin negarlos ni evitarlos nos da la posibilidad de transformarlos.

La Biblia lo dice de esta manera: cuando pases por valle de lágrimas se convertirán en manantiales refrescantes (Salmo 84:6). Este proceso no es otra cosa que la resiliencia operando en nuestra vida. 

La resiliencia es la capacidad de sobrellevar situaciones difíciles fortaleciéndonos en el camino, capacidad que hoy, gracias a la ciencia, sabemos que se puede aprender y desarrollar. A través de la resiliencia conocemos que los traumas no necesariamente tienen que limitar nuestro interior y que lejos de ser un obstáculo los dolores trabajados solo nos agregan valor.

La pregunta formulada anteriormente encuentra su respuesta afirmativa: Hay una habilidad que no solo puede restaurar, sino que además puede renovar nuestro mundo interior, no es una proteína, pero es poderosa, se llama resiliencia.

Principios para una vida resiliente

Cronicidad vs. temporalidad: Muchas veces, pensamientos del estilo “de esto no salgo más, no acaba nunca”, nos agregan malestar a lo que ya estamos atravesando. Se cronifica así en nuestra mente lo que suele tener carácter temporal: las crisis empiezan, se desarrollan y terminan.

Gratitud vs. queja: A veces, las situaciones difíciles se hacen más poderosas porque todo el tiempo las miramos, hablamos y pensamos. Darle recreo a nuestra mente y conectarnos con las cosas que nos hacen bien ayudan a desarrollar resiliencia. Una linda recomendación es escribir un diario de gratitud.

Por qué vs. para qué: El preguntarnos “¿Por qué?”, “¿Por qué esto me sucede a mí?” es como un ancla, nos inmoviliza y enoja. El para qué, ¿para qué esto acontece? puede darnos mayor apertura y flexibilidad para aprender durante el proceso.

Visualizar beneficios, uno de ellos, por ejemplo, es el entendimiento para el extendimiento. Muchas veces estas circunstancias nos ayudan a empatizar con los demás. Entender viene de tender, de estirar, el entendimiento no es otra cosa que el crecimiento interior y lo mejor es que todo desarrollo personal luego podemos llevarlo hacia el exterior, extender básicamente es exteriorizar el entendimiento, es decir, la riqueza del crecimiento interior puede volcarse luego en todo lo que hacemos.

-Aislamiento vs. acompañamiento: La palabra compañía en su etimología está relacionada con compartir el pan. Las relaciones saludables aportan nutrición a nuestra vida; dialogar con una amiga y liberarnos del triste “yo puedo sola” es una característica relacionada a la salud mental.

-Temor vs. fe: Las circunstancias difíciles muchas veces activan el temor en nosotras, con sus conductas afines, evitación y huida. La amígdala, que es el centro del temor en nuestro cerebro, baja su actividad en momentos de calma. Por lo tanto, hablar con Dios, leer la Biblia, son prácticas de salud que ayudan a afrontar situaciones de dificultad al ser eficaces en reducir el miedo.

Licenciada en psicología. Trabaja con docentes y niños en una institución educativa como también en el consultorio particular donde atiende adolescentes y mujeres. Forma parte de un equipo de pastores y junto a su esposo acompañan matrimonios con el fin de fortalecer familias.