Un nuevo año, con nuevas metas, la emoción de las vacaciones, la libertad de los estudios o el trabajo… pero no todo es alegría.

Veo en algunos rostros que sentimientos como la vergüenza, el arrepentimiento y la condenación se esconden bajo el nombre del cansancio. Fue un año complicado, más de uno la pasó mal y le fue difícil seguir de pie, aún así, hay algo profundo en el interior que les prohíbe celebrar con gozo y plenitud un nuevo comienzo.

Pensamientos autodestructivos como “fui un desastre”, “nada me salió como yo esperaba”, “soy y seré un fracaso”, “te fallé demasiado, Dios”, abundan en algunos corazones, y los mantienen cautivos del mal sueño, la angustia y frustración, parecemos decepcionados de nosotros mismos. 

Lo más duro de aceptar es la rapidez con la que se nos fueron los días, si apenas ayer dijimos “este año me voy a poner las pilas”, “el próximo lunes empiezo”, “mañana sí o sí”, “el sábado que viene voy”; ¿qué pasó?

Yo también me sentí así, acorralada por las tareas atrasadas y mis proyectos truncados. Lo que me dolió más fue entender que la razón de mi frustración no era tanto por mis fracasos si no por el poco tiempo de devoción que le estaba dando a Dios semanalmente, poca palabra, poca oración y bastante decepción; llegaba los sábados a la iglesia con ganas de adorar y descargarlo todo, pero tener el volumen tan fuerte de esa voz que me decía: “no sos digna”, “hipócrita”, “no te lo mereces” tapaba por completo la letra de las canciones y la prédica que tanto necesitaba mi corazón.

No fue sino hasta hace unos días cuando sentí como Dios me habló y ministró a través de un versículo de la Biblia, para recordarme algo que con el tiempo a los cristianos se nos suele olvidar: no se trata de mí.

“Recibí paz cuando comprendí que nunca se trató de cuan buena podía ser yo sino de cuan bueno y misericordioso es y siempre será el corazón de Dios”.

No vale la pena vivir criticándome por no alcanzar una perfección que ni Dios anhela ver en mí. Tenía que dejar de ser tan exigente conmigo misma y así poder adorar agradeciendo por quien es él y no pidiendo perdón por lo que yo no soy. 

“Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré”. Salmo‬ 91:14-15‬.

Él nos librará de nuestros peores enemigos, incluso cuando seamos nosotros mismos. Para Dios, el único requisito es que depositemos en Él nuestra confianza y amor. 

“Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia. Al que pastoreó a su pueblo por el desierto, porque para siempre es su misericordia. Él es el que en nuestro abatimiento se acordó de nosotros, porque para siempre es su misericordia; y nos rescató de nuestros enemigos, porque para siempre es su misericordia. Alabad al Dios de los cielos, porque para siempre es su misericordia”. Salmo 136:1-26‬.

Ya no pierdas tiempo culpándote por lo poco merecedor que eres de la bondad de Dios. Él entregó la vida de su hijo amado ya conociendo cada una de tus fallas y aún así vio potencial en tu vida, mostró interés por tu nombre y te amó sin condición.

No esperes entender cómo funciona su corazón, pero sí lo puedes experimentar, déjate amar, déjate perdonar y honrar por Él. Aún así, con todas nuestras fallas, Dios nos dará la victoria. Porque para siempre es su misericordia.

Oración:

“Señor, hoy te pido que me perdones por cada vez que me aparté de ti por mis errores. Quiero creer en el propósito que tienes para mi vida y confiar en que tienes todo bajo tu control. También quiero darte gracias por ser suficiente para ti, enséñame a honrarte y a aceptar tu misericordia. Gracias por ser tan bueno conmigo”. Amén.