Elegir la proactividad como parte de nuestro estilo de vida se convierte en una respuesta concreta a los desafíos que enfrentamos como mujeres en los diversos ámbitos de acción. ¿Te consideras una mujer proactiva? ¿Te identificas con esta habilidad en los roles que desempeñas? 

Hacer que las cosas pasen, tomar las riendas de la propia vida, salir de la victimización,  ser protagonistas, hacernos cargo, no dejarnos limitar por las circunstancias, intervenir desde la acción para la transformación, identificar y activar nuestras fortalezas, desarrollar hábitos potenciadores, son algunas características que incluyen las diversas definiciones de proactividad. 

Probablemente hay mujeres que por naturaleza sean más o menos proactivas, pero estoy convencida de que todas podemos desarrollar esta aptitud y descubrir cómo, al profundizarla, nuestra vida y la de quienes nos rodean es impactada positivamente.

Mayra Djimondian, licenciada en Orientación Familiar

Alimentar una mentalidad de posibilidad

Esta es una de las claves para desarrollar proactividad, y, ¿sabes?, si te consideras una mujer de fe, entonces ¡ya tienes muchas de las herramientas necesarias para vivir proactivamente!

¿Cómo podemos hacer? En lugar de detenernos en lo que no nos sale, no logramos, no podemos o no sabemos, elijamos ubicarnos emocional y mentalmente en lo que sí podemos, tenemos y conocemos. Esto es lo que denomino, “el lugar de la posibilidad”. Por mínima que parezca, esta decisión cambia la ecuación porque nos colocamos en un rol de protagonismo al asumir de forma activa el control de nuestra conducta frente a las circunstancias, aunque estas últimas parezcan inexpugnables. 

En Marcos 9:23 leemos: “… Para el que cree, todo es posible”. Como mujeres de fe, tenemos mediante el Espíritu las herramientas para desarrollar una mentalidad de posibilidad que se manifieste en lo cotidiano, en nuestras elecciones, relaciones y situaciones, y lo hacemos en primera instancia cuando nos disponemos a visualizar nuevas oportunidades mediante la convicción y la certeza que la fe desata en nuestra vida. 

Las mujeres que en sus trabajos, familias, ministerios y ámbitos de influencia, se determinan a pensar y hablar en términos de posibilidad aun cuando se encuentran frente a dificultades, generan contextos de acción más amplios para resolver situaciones complejas.

Ser mujeres proactivas implica distinguir y escuchar “qué historia me estoy contando”. ¿Cómo es esto? Frente a las situaciones de la vida, cada una tiene su propio relato, visión, descripción e interpretación de los hechos. 

Podemos observarlos desde un “mundo descriptivo” en el que nuestras palabras se limiten a relatar lo que sucede, explicar las situaciones desde un lugar de queja o frustración, partiendo de una emocionalidad en negativo que se retroalimenta hablando permanentemente en tiempo pasado, mirando al costado o buscando culpables. 

De esta forma nos encontramos limitadas en una narrativa de estancamiento: ”Esto es tan difícil que no cambia más” ,“Nadie me entiende”, “Es que Fulanito no hizo tal cosa, entonces…” y pensamientos por el estilo, que nos hunden en el desánimo. 

Esos diálogos internos puramente descriptivos, reafirman el malestar o profundizan el enojo frente a ciertas experiencias y, así,  generalmente sin saberlo, abrimos la puerta a la reactividad, que es lo contrario a la proactividad.

Mayra Djimondian, licenciada en Orientación Familiar

La reactividad, es una forma de pensar, actuar y hablar 

Esta limita nuestro campo de acción y lo condiciona en base a la mirada de los demás, al ambiente y las circunstancias. Nos sitúa en un rol de victimización en el cual terminamos poniendo nuestra responsabilidad sobre otros, o centrando la atención en cuestiones sobre las que no tenemos influencia directa ni control (por ejemplo las acciones de los demás, sus palabras, ideas, etc.). 

Esta visión de la vida nos resta energía física, emocional y espiritual, especialmente cuando a partir de estas actitudes y pensamientos reactivos se daña nuestra autoestima y la imagen de nosotras mismas comienza a sufrir distorsiones.  Si esta se proyecta pueden dificultar relaciones interpersonales o traducirse en falta de gestión emocional que a su vez afecta nuestro desempeño, nuestra vida familiar, etc. 

¿Cómo podemos enfrentar lo anterior? Siendo proactivas en palabras y acción. Las palabras crean realidades. Surgen de nuestros pensamientos que generan sentimientos y eso se traduce en acciones. Por eso Proverbios 18:21 afirma: En la lengua hay poder de vida y muerte…”.

El lenguaje no es inocente. Las palabras tienen consecuencias. Me encanta la declaración del apóstol en Romanos 4:17 cuando dice que Dios “… llama las cosas que no son como si ya existieran”. Como mujeres de fe también podemos tomar este desafío de abrir caminos siendo proactivas a través de las palabras, al mismo tiempo que nos involucramos y accionamos como impulsoras de la transformación. Para esto es preciso tomar conciencia de nuestro poder de decisión y comprender que en todos los ámbitos, “el cambio empieza por mí”.

¡Accionemos en fe! Tomando las riendas de nuestra vida, responsabilizándonos de la dirección en la que nos encaminamos, comprendiendo que el carácter y la confianza se fortalecen si nos animamos a avanzar y asumir riesgos a pesar de las dificultades y más allá de la opinión de los demás. 

Elegir la proactividad como aliada nace en el desarrollo de una fe activa y práctica, en la que no espero que Dios se ocupe de todo ni me quedo de brazos cruzados hasta que las cosas “se den”. Por el contrario, tomada de mano del Señor genero contextos, abro posibilidades, proclamo su Palabra de esperanza y elijo visualizar nuevas oportunidades y soluciones donde otros ven imposibles.

Licenciada en Orientación Familiar, Coach Ontológico y escritora. Mediante sus libros, conferencias y talleres, capacita, potencia y activa a mujeres y familias desde un abordaje integral para desarrollar ser su mejor versión y vivir en plenitud. Es mamá de tres hijos y, junto a su esposo, pastorea la iglesia Tierra de Avivamiento, CABA.