La familia debe ser el lugar donde poder crecer, florecer, equivocarse, perdonarse, encontrarse, pero por sobre todas las cosas, ser uno mismo. Como madres tenemos el privilegio y la responsabilidad de acompañar a nuestras hijas de una manera diferente a la que fuimos criadas. Nuestras hijas necesitan ver mujeres genuinas, con pensamiento propio, con ganas de dejar una huella y estar dispuestas a transitar ese camino.

Desde que soy pequeña me gusta cantar. Soy más bien amateur, entono de manera aceptable y hasta he participado de niña en alguno que otro coro o fiesta de Navidad en la iglesia. La música me transporta a otra dimensión: es mi cable a tierra.

Recuerdo que en una época de decisiones trascendentes de mi vida decidí hacer algo que me gustara y comencé a tomar clases de canto. Busqué, según mi criterio, la mejor profesora. Viajaba una hora y media para mi clase individual y estaba muy convencida de que iba a impresionar a mi docente.

Como toda etapa de inflexión en la vida propia, descubrimos cosas que no sabíamos que estaban allí. Siempre nos acompañaron, cual pasajeros silenciosos en el asiento trasero, pero de a poco comienzan a hacer notar su presencia. En lo personal, me percaté de que cada vez que cantaba una canción de algún artista que me agradaba, no la estaba interpretando de manera personal, sino que estaba copiando a la cantante al pie de la letra.

La profesora me decía: “Quiero escuchar a Paula, no a Laura Pausini”. (Como si hubiese punto de comparación). Y aunque parezca extraño, lo que más me costó de esas clases no fue necesariamente entonar mejor sino encontrar mi propia voz, la que siempre llevé adentro. Pero por un motivo u otro, siempre me resultaba más cómodo imitar a otros. Por seguridad o por inseguridad… qué sé yo.

“Una vez que has encontrado tu propia voz, la elección de expandir tu influencia, de incrementar tu contribución, es la elección de inspirar a otros a encontrar su propia voz”

Tomado del libro «el octavo hábito, de la efectividad a la grandeza» de Stephen Covey

Quizás te sientas identificada con esto que me pasó a mí. De todas formas, ese no es el final de la historia, sino el comienzo de un camino de re-conocimiento de quién era y qué quería (y qué no). Incluso puede que hoy, luego de muchos años, estés en este lugar de querer decir lo que realmente piensas… pero no sale tan fácilmente. Se requiere un trabajo interior de mucho autoconocimiento poder expresar la propia opinión.

Y luego… todo esto vuelve a cobrar sentido el día que tenemos a nuestras propias hijas. Nos damos cuenta de que somos nosotras como mujeres y madres que vamos a educarlas para encontrar su propia voz, para que puedan expresar lo que piensan de manera asertiva y dejar de repetir lo que otros dicen, solo para no desentonar.

Es vital que podamos ser un modelo de mujer empoderada desde el interior e impartir ese poder a nuestras hijas. Ese poder que hace que la voz propia desplace al eco y comience a sonar una nueva canción con cada mujer. Dios nos diseñó a cada una como una obra de arte, ¿por qué quisiéramos ser una réplica, si tenemos la posibilidad de ser originales? Nuestras hijas anhelan poder ver esa originalidad en cada una de sus madres, ese potencial y ese amor incondicional.

Probablemente sea un camino poco transitado: deberemos romper modelos de silencio familiar, del imaginario de lo que se espera de determinada mujer. Deberemos cuestionar muchas de las frases que usamos porque nos las dijeron, y comenzar a escribir nuestra propia cultura familiar donde todas las voces tengan su espacio de expresión libre y genuina. Ese espacio donde el “cállate” sea reemplazado por el “¿qué opinas?”, ¿qué te parece”. Y estar dispuestas a recibir una respuesta honesta, aunque no sea la esperada.

Las mujeres del futuro ya están aquí con nosotras: son las hijas que engendramos, criamos, disfrutamos y deseamos ver prosperar. Son esas mujeres inteligentes, curiosas, fuertes pero tiernas a la vez, con capacidad de pensamiento y criterio propio. Son aquellas que transforman su entorno para bien, que construyen un mejor lugar para todos. Y todos necesitamos de ellas: mujeres que sean una voz y no un eco.