Es una pregunta recurrente. Somos buscadoras incansables de sentirnos amadas y en esa búsqueda de amor queremos cumplir las expectativas de todo el mundo, tratando de hacer felices a los demás, cuando todavía no sabemos ser felices nosotras.

En esa búsqueda nos perdemos convirtiéndonos en quien no somos, porque creemos que nos amarán más si somos como los otros quieren. Y así perdemos nuestra esencia. O tendemos a aislarnos porque nos convencemos de que no habrá nadie quien nos ame. Caminamos como almas solitarias, ermitañas, encerradas en nosotras mismas. 

Cuántas mujeres tienen la ilusión mágica de que el matrimonio o una persona les traerá la felicidad. Aceptan vivir cualquier relación con tal de tener a esa persona a su lado. Pero déjame decirte que ni el matrimonio ni estar en pareja asegurarán tu felicidad. Cuando dos personas infelices caminan hacia el altar y contraen matrimonio no se convierten mágicamente en dos personas felices, por el contrario, ahora son dos personas casadas infelices.

La felicidad es interna y personal. 

La felicidad radica en entender cuál es nuestro valor

Indudablemente la vida nos ha querido convencer de que no tenemos valor, que no servimos, que no alcanzamos, que lo que nos define son nuestras equivocaciones pasadas o el lugar donde nacimos, la vida que tuvimos. Pero no es así, todos, sin excepción, pasamos en la vida por momentos difíciles: situaciones que nos han marcado y nos han dejado huecos en el corazón. Abusos, abandono, violencia, traiciones que nos rompieron por dentro, huecos que tratamos de llenar con relaciones donde buscamos la aceptación de los otros. 

Ese vacío nos impulsa a actuar en la vida desesperadas por un “like”, porque creemos que nos define la aceptación del otro, o a estar pendientes de que alguien nos diga algo que nos haga sentir amadas. Y así, casi sin darnos cuenta, terminamos mendigando amor. Déjame decirte que no es buen camino el que te lleva a mendigar amor. No podemos darnos el lujo de ser pobres espiritual y emocionalmente.

Mendigar y perseguir a alguien para que te ame es entregarle el corazón a quien no te merece y dedicar energías que se perderán en el vacío de lo vano. 

No hay herida que Él no pueda sanar

Dejá tu corazón en las manos del alfarero, no hay nada más amoroso que las manos tiernas del Padre restaurando nuestras vidas. Él no va a lastimarte y aunque a veces duela recordar situaciones que viviste y de las que te prometiste no recordar nunca más, es importante y necesario que lo hagas para entregar al Padre todo tu dolor y sanar.

Entregale todo dolor y herida a Él, no hay dolor lo suficientemente profundo que Cristo no pueda sanar. Dale permiso a Dios para que moldee tu corazón, así como el alfarero en el barro.

Jeremías 18:5-6:Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel”.

Para ser amadas, tenemos que entender cuál es nuestro verdadero valor. Debemos darnos el que la cruz nos dio. Cada vez que te sientas insuficiente, recordá cada gota de sangre derramada en esa cruz. Ese es el precio que se pagó por nuestras vidas. Ese es tu valor.

Y cuando reconocés tu valor, te amás. Amás lo que Dios ve de tu persona. 

¿Cómo esperamos que otro nos ame, si nosotras mismas no nos amamos?

Mujer, el Padre tiene lo mejor para vos. Tiene a la persona que va a amarte y valorarte, pero todo comienza en vos. Él te dice que tu valor sobrepasa el de las piedras preciosas (Pr. 31:10).  Mujer, levantá tu cabeza, mirá hacia la cruz y dejate llenar por el amor del Padre, entregale tu corazón para que lo sane y que pueda inundarte de ese abrazo. Dejá que Él te complete. 

Hay alguien que te ama fielmente y que nunca cambia. Él es Jesús y te va a ayudar a valorarte y a amarte para que en el caminar hacia ese hombre feliz, sepas que se ama y valora para que luego puedan disfrutar juntos de la promesa de Dios en sus vidas.

¡Sos amada!

Forma parte del equipo pastoral de la Iglesia Catedral de la Fe, en Buenos Aires, Argentina. Cuenta con una experiencia de más de veinte años en el liderazgo juvenil, junto a su esposo Diego Di Rosa, han recorrido gran parte del país ministrando en campamentos y congresos de jóvenes. Coautora de "A fuego lento", libro de noviazgo cristiano. Mamá de Elian y Santino.