“Mi corazón es engañoso,
ahí, no todo es luz,
no todo siempre está en orden.

Mis ojos ni siquiera son
dignos de verte,
mis labios no deberían
ni pronunciar tu nombre.

Pero al mirarte a vos
tus ojos son tiernos conmigo
tu luz en mí es como un prisma
que me traspasa y te refleja”.

Poema por Yamila A.

Nos paramos en Isaías 6 y hablamos de la santidad, no viéndola como una obligación, sino como un deleite, como parte de la naturaleza que absorbemos de la Presencia de Dios. El libro de Isaías es complejo pero es completo y leyendo la palabra nos damos cuenta de que es el diario de mañana que traza el camino nuevo.

El profeta no trae palabra de condenación sino que traza el rumbo, marca el camino y el horizonte. Cuando la iglesia es madura en leer la Palabra, la voz profética no trae confusión, sino que hace que podamos avanzar más rápido.

Isaías 6:1-13 (NTV) lo que parece una declaración de destrucción termina siendo una señal de esperanza. Ese año donde murió el rey Uzías, quien fue un restaurador y renovador, había sido muy triste para Isaías porque él formaba parte de su familia de sangre. Entonces no solo había perdido un rey, sino que también un ser amado que había trazado un cambio, pero en vez de estar embargado por el dolor tuvo esa visión donde se encontró con el trono de Dios.

Cuando adoramos al Señor nuestro cuerpo está en el lugar pero nuestro espíritu se encuentra conectado con la eternidad y la gloria nos invade por completo. Isaías en el tiempo de dolor y pérdida se encontró con el cielo, delante del trono de Dios, viendo a ángeles serafines (que son autoridades espirituales pero que están destinados a servir al hombre porque son mensajeros de Dios). Estos serafines habitan en la Presencia de Dios donde es tan fuerte la gloria del Padre que no pueden contenerla, por eso se cubren con sus alas mientras declaran la santidad de Dios.

Lo que se le revela a Isaías es la gloria de Dios y trata de describir con palabras lo que ocurre en ese momento. Esa gloria que lo llena todo, pero a la vez siente miedo porque sabe que es impuro de labios. Quizás algunas veces hemos estado en esa situación porque cuando Jesús viene a nuestras vidas por primera vez toda esa gloria se manifiesta.

«Podemos vivir escondiéndonos de la gloria de Dios, tratando de vivir para nosotros mismos y cargándonos de pecados o hacer como Isaías, que sintió que moría si no entraba en la gloria».

Maxi Gianfelici

Carbón encendido

El día que Jesús golpeó por primera vez la puerta de nuestro corazón esta escena se repitió, el Padre Celestial en el trono, los ángeles expectantes, la santidad de Dios invadiéndonos y nosotros exclamando que nos moríamos. La única diferencia es que Isaías en ese momento no conoce al Salvador, reconoce que es inmundo de labios pero Dios le dice que se tranquilice porque la braza encendida purificará sus labios y será limpio para vivir en esa gloria, ese carbón encendido es Jesús.

Juan el bautista dijo que él bautizaba en agua pero que vendría alguien después de él que bautizaría en Espíritu Santo y fuego. 

No solo Jesús nos limpia con su sangre sino que es fuego consumidor que quema lo impuro para convertirlo en santo con un propósito. Cuando nos exponemos a la Presencia de Dios hacemos que su fuego queme nuestro corazón, el fuego que encendió Jesús en la cruz para redención tiene como destino hacernos partícipes de su gloria, una gloria tan poderosa que lo consume todo, una gloria tan profunda que transforme lo impuro en puro.

No podemos menospreciar aquello que es santo, divino y maravilloso, por eso cuando adoramos lo que sucede es extraordinario porque Jesús se hace presente y su gloria se revela. Debemos morir a nosotros mismos para no vivir una vida mediocre sobreviviendo, si Jesús derramó su sangre y su vida, debemos anhelar estar en el centro de su fuego siendo quemados.

Debemos tener temor de perder esa reverencia, esa pasión por su presencia; porque si no hay gloria, no hay sanidad, ni vidas transformadas, ni cambios. Cuando la iglesia carece de santidad la manifestación de su gloria se detiene. No hablamos solo de pecados escondidos, sino de ausencia de propósito. Dios no nos da santidad para que vivamos felices y limpios solamente, sino que viene porque hay un propósito sobre nuestras vidas. La palabra santo significa separado, apartado con propósito.

Un avivamiento no es otra cosa que santos evangelizando, es gente encendida pues, como menciona su Palabra, sin santidad nadie verá a Dios. Cuando perdemos el enfoque y la pasión pasa por lo que hacemos, entonces nos desviamos del propósito. El enemigo siempre nos va a hacer caer con lo mismo, no tiene muchas herramientas. No darle lugar al pecado en nuestras vidas es establecer una lucha permanente.

Podemos vivir una vida en santidad donde el fuego se enciende una y otra vez cuando estamos enfocados en el propósito.

El mensaje que Dios le da a Isaías es que el pueblo sería desbastado, que no quedaría nada, les vendría un tiempo de juicio a causa de sus errores pero aun así quedaría un retoño, un toque de esperanza, un tocón que será la semilla santa. El pueblo había sido perseguido, Israel sería sacudido todavía un poco más pero ese tocón (corte al ras del árbol) sería el remanente que Dios separó para vivir en santidad.

El reino de los cielos se asemeja a una semilla de las más pequeñas, como la de mostaza, que crece y produce un árbol gigante, en cuya sombra los pájaros se cobijan. Somos esa esperanza; quizás perdiendo tiempo en religión y el pecado, hoy el Espíritu Santo no nos hace ver la pérdida, sino ver lo que ha permanecido, lo que ha quedado, lo que Dios ha establecido como nuevo principio: la semilla de santidad.

No podemos vivir la misma vida de antes, ni el mismo Evangelio porque ahora hay una semilla santa, un brote de esperanza. Cada vez que vamos a las reuniones nos exponemos al fuego del Espíritu Santo, quien quema toda impureza trayendo santidad.

“Es un tiempo de incomodidades, es un tiempo de santidad para exponernos al fuego que nos purifica. No miramos la desolación, sino que vemos el renuevo entendiendo que para nosotros y nuestras familias hay un destino profético. El renuevo que viene rompe con todos los límitesel Espíritu Santo convence de pecado y el fuego vivo del cielo, que es Jesús, nos limpia y renueva por completo. Fuimos hechos para arderfuimos llamados a la santidad para deleitarnos en la Presencia de Dios. Rawson necesita una generación de hogares antorchas que guíen el cielo a la tierra revelando la gloria de Dios”.