Formamos parte de una sociedad quebrantada. Personas lastimadas salen a su vida cotidiana y se topan con otras personas lastimadas, para formar ambientes de dolor y desencuentro.

Hombres y mujeres lastimados se casan y arrastran sus heridas al matrimonio, para formar matrimonios heridos. Padres heridos forman hijos heridos, y estos, con el correr de los años, se convertirán en padres que también formarán hijos lastimados. 

El que está lastimado, lastima a otros. Y siempre hay señales a lo largo del camino. Personas que se enojan con facilidad, que viven en griteríos constantes, que no son capaces de dialogar sanamente, aun personas que no son capaces de poner en palabras lo que les sucede (lo que no decimos nunca muere, sale al exterior vestido de otras formas). 

Personas tan dañadas interiormente que exteriorizan lo que tienen dentro: heridas, desconsuelo, soledades, etc.

Martín Carrasco, pastor de la iglesia Casa de Oración.

Quienes más rechazan el amor, son los que más lo necesitan, porque tienen más carencias en su interior. No se hace a propósito. Nadie quiere su infelicidad. Pero es inevitable, porque todos damos lo que tenemos, a menos que dejemos que Dios intervenga con su sanidad. Cuando Él irrumpe, se corta una cadena de dolor y nuestro destino es corregido. 

Cuando conocí al “loco” 

Quiero contarte una experiencia que me tocó pasar hace más o menos quince años. Estaba dando mis primeros pasos en el liderazgo, todo era una sorpresa. Un joven se acercó a las reuniones juveniles. Él tendría unos 18 años en ese entonces. Cada vez que alguien se acercaba para hablar y conocerlo, lo miraba con absoluta desconfianza y en algunas ocasiones hasta insultaba si él interpretaba que lo miraban mal. 

No lograba entablar un vínculo sano con ninguna persona. Fue en ese contexto en el cual algunos lo apodaron “el loco”. Debo reconocer que me costó dejar de lado mis prejuicios, mis sentimientos, una mentalidad bastante rígida, pero con algo de esfuerzo logré establecer un vínculo medianamente aceptable con él. 

Pasado cierto tiempo, perdimos todo contacto. Años después lo encontré ocasionalmente. Parecía más calmado, más sociable, algo radicalmente había cambiado en él. Ya no era lo que había sido, o al menos su actitud era otra. Tuvimos una conversación de aproximadamente una hora, en la cual reconoció muchas cosas que había vivido (y de las cuales yo ignoraba en un cien por ciento). 

Se mostró tal cual era. Valoré muchísimo su gesto de apertura. En la actual era de las máscaras, que alguien tenga sinceridad consigo mismo y con los demás, no es algo que se pueda pasar por alto.  Allí, con su alma totalmente desnuda, comencé a verlo, dejé de mirarlo superficialmente. 

Él no era “el loco” porque quería serlo; solamente respondía con las herramientas que tenía en su mano. Nunca recibió un abrazo, una palabra de cariño o de afirmación, todo lo que había recibido en su vida eran reclamos, golpes, griteríos, rechazo constante, no se sentía amado, se sentía descalificado para la vida. Y, vaya dolor, vaya contradicción, cuando llegó al ámbito de la “iglesia”, recibió etiquetas, rótulos, gente incapaz de ver más allá del “cascarón”. 

No son malos, están lastimados

Recuérdalo: no son malos, están heridos muy profundamente. Están reclamando algo que durante muchos años de su vida no encontraron. En esta sociedad en la que se nos inculca que hay que darle para adelante, sociedad que pregona el “todo a pulmón”, día a día las frustraciones se van acumulando y salimos a la calle a trabajar, estudiar, con nuestra alma repleta de ruido y dolor. Son años y años de mucha angustia y dolor. Gritos que mueren en la incomunicación.

En la era de la tecnología, en la era de las comunicaciones, cada vez nos sentimos más solos.

Martín Carrasco, pastor de la iglesia Casa de Oración.

Angustia que vocifera y por alguna vía debe salir. Hasta que llega el amor de Dios. “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre…!” (1 de Juan 3:1). 

Casos extremos, situaciones desesperantes, personas profundamente dañadas, en la noche más oscura, ven la luz. Irrumpe la voz que transformó la historia: “… Todo se ha cumplido” (Juan 19:30). Todas nuestras angustias, tristezas y soledad en su grito encuentran esperanza y un nuevo empezar. ¡Todo se ha cumplido! Tetelestai. La deuda ya está pagada. 

Es necesario que tú y yo nos volvamos a Dios para ser restaurados. La vía de salida, la única que puede salvarnos del quebrantamiento, proviene de Dios. Él es la Fuente. Él es quien modifica la vida y le da sentido y propósito para siempre.

Pastorea la iglesia Casa de Oración en el partido de San Vicente, Buenos Aires. Trabaja en pastoral juvenil desde el año 2005, fue parte del staff de la Radio Mundial CVC La Voz, y tiene publicados 4 libros. Apasionado por la familia, está casado con Lu y tiene dos hijos: Maite y Felipe.