“No cuestiones tanto porque vas a empezar a dudar”, fue lo que me dijo mi mamá una mañana hace más de diez años. ¿Por qué? Porque tenía temor de que pensar me llevara a dejar de creer.

Pero si escribo esto hoy es porque sucedió lo contrario, pensar no fue algo que me hizo renunciar, sino fortalecer aquello en lo que creía.

Soy un caso típico de iglesia: llegamos con mi familia cuando era niño. Me involucré en todas las actividades posibles. Aprendí muchos versos bíblicos, fui a cursos y eventos, fui parte de varios ministerios, hasta que, en el 2008, en un cambio de casa dejamos de ser “la familia pastoral” y de repente era Jimmy, un joven que durante años había servido a Dios y que empezaba a preguntarse cuán cierto era todo lo que había aprendido hasta ese día. 

Inicié con preguntas habituales: 

  • ¿Quién creó a Dios?
  • ¿Cómo saber si la Biblia es confiable?
  • ¿Realmente existió Jesús?
  • Si Dios es bueno, ¿por qué envía a la gente al infierno?
  • ¿Existió Jonás?
  • Si hay tantas deidades y religiones en el mundo, ¿qué me hace pensar que mi religión es la correcta?

Esas fueron algunas de mis inquietudes en una etapa muy fuerte, pero necesaria.

“Un día estás pintando a Noé en el arca y aplaudiendo al ritmo en la iglesia, y otro día estás cuestionándote si lo que has creído durante toda tu vida es cierto o no”.

Aunque mi mamá tenía miedo de que cuestionara tanto, yo personalmente lo veía como una oportunidad que Dios tenía para brindarme respuestas. Si Dios es tan grande como decimos que es, ¿por qué habrían de afectarle un par de dudas sobre él?

Hace unos años, mi amigo Javier Gudiño, pastor en Ecuador, dijo que Dios no tiene problemas de autoestima. Él no se asusta con nuestras dudas, él no se bajonea cuando lo interrogamos. No es una deidad inmadura que depende de mi alabanza para sentirse bien. ¡Es más grande que cualquier cuestionamiento al que se enfrente!

“Y por eso es que hoy puedo decirte: pensar tu fe también es vivir tu fe. ¡Dios no se asusta con tus dudas!”

La Biblia dice que debemos ser probados como el oro se prueba en el fuego. Muy lindo de leer, hasta que buscas en YouTube el proceso de purificación del oro frente al fuego. Durante varias etapas, se libera de muchas impurezas, que no se evidencian hasta el momento en que está expuesto a temperaturas muy altas. Así es nuestra fe, debe ser probada para que quede lo nuclear, lo valioso, y liberarla de aquello que es memorizado, pero no razonado o analizado.

Vivir una fe que no ha sido razonada es peligroso, porque no soportará el más mínimo cuestionamiento. Es fácil memorizar textos bíblicos, pero es un desafío estudiarlos, analizar sus contextos, la época en la que fue escrito. Mientras pienso lo que creo, mientras profundizo en ello, fortalezco las bases, aumenta su relevancia en mi vida. 

Y, para terminar, quiero recordarte una anécdota de Jesús. Después de su resurrección, varios discípulos lo vieron, pero justo ese día no estuvo Tomás, quien dijo que no creería que su Maestro resucitó hasta ver las heridas en sus manos, pies y en su costado. Días después, Jesús se acerca a Tomás y no le dijo “deberías creer ciegamente, cómo te atreves a cuestionar lo que todos creen”, sino que le mostró sus heridas, así Tomás tenía evidencia de aquello que otros afirmaban y de lo que él dudaba.

A los Tomás, Jesús les da evidencia, no reproche. Les da respuestas, no señalamientos. Así como Tomás, cada tanto sigo cuestionando lo aprendido, con la tranquilidad de saber que Dios está conmigo, y que es más grande que cualquier inquietud.

Al fin y al cabo, si no hubiese dudas, no sería fe.

Comunicador ecuatoriano enfocado en compartir su fe desde la cotidianidad. Autor de "Cristianos Digitales: tu fe más allá de un like". Cofundador de Biblia y Filosofía, iniciativa donde abordamos la fe, el pensamiento filosófico y la cultura popular. Creador de #reflexionesdebolsillo y escritor en Youversion. Productor y conductor de #ElAfter en Radio HCJB. Hijo, hermano, esposo y amigo.