Hoy más que nunca, en medio de tantos pronósticos, la palabra de Dios es la que marca el rumbo, el horizonte y también el sumergirnos en la oración. Es un tiempo donde Dios nos está preparando.

Cuando comenzó la cuarentena por la pandemia, en el mes de marzo, no sabíamos qué iba a pasar, pero encendimos los altares de los hogares y hasta el día de hoy estamos disfrutando de ese fruto. Si sabemos lo que viene, sabemos lo que tenemos que hacer. Hay mucha gente desconcertada, matrimonios, familias viviendo tensiones en todo ámbito.

Este es un tiempo para sumergirnos, no hay algo más poderoso que eso. Nuestra relación con Dios hace que Cristo crezca en nuestras vidas, es nuestra responsabilidad descubrir el poder de Dios en nosotros. Y que más allá de las batallas, heridas y golpes de la vida, nuestra dignidad no viene de nuestra capacidad de sobrellevar las cosas, sino que viene de esa relación con Cristo.

Conociendo a Jesús nos descubrimos a nosotros mismos, nos encontramos enfrentándonos a nuestras peores debilidades. Cristo no nos condena, sino que nos abre la mente y el corazón para confrontar esas debilidades. Muchas veces entendemos que nuestras virtudes personales son nuestros puntos fuertes pero el Señor se hace fuerte en nuestra debilidad.

«Vamos a su Presencia reconociendo nuestras debilidades y trabajando en ello, no nos detenemos, sino que nuestro carácter se fortalece para formar parte de una gran obra».

Pastor Maximiliano Gianfelici

El libro de Nehemías precisamente habla de la reconstrucción de una gran obra, de un pueblo que levanta una ciudad en ruinas en medio de la oposición. El pueblo vuelve de la cautividad, de una ciudad arrasada que empieza a levantarse poco a poco. Vivimos en ciudades arrasadas y hemos descubierto que con la queja y la corrupción no se construye nada, ¿quiénes son los que levantan desde las ruinas, quienes tienen la capacidad para que de los trozos de generaciones pasadas puedan construir algo nuevo?

Solamente los que estuvieron muertos y ahora están vivos, aquellos que pecaron y que fueron perdonados, los que no eran nada y que ahora por la sangre de Cristo son dignos. Los que un día le entregaron el corazón hecho pedazos a Cristo y Él se lo reconstruyó nuevamente. Ellos son los hombres y mujeres que tienen la capacidad de construir sobre las ruinas.

Hemos sido reconstruidos para reconstruir. Vinimos a Cristo con los pedazos de nuestras historias, de nuestras vidas, de nuestros ministerios, de situaciones incompletas donde Dios tuvo que poner orden. Dios nos sumergió en su corazón para hacernos parte de su plan y de su propósito porque Él no pone parches, sino que hace todo nuevo.

Un filósofo llamado Murray dice que hay tres clases de personas: las que hacen que las cosas sucedan, las que se preguntan qué está pasando y las que se preguntan qué pasó. No hay circunstancias ideales, sino que hay personas que hacen que las cosas sucedan. Vemos cómo Nehemías habla con el pueblo diciéndoles que tienen el permiso del rey para construir a lo cual ellos sin duda clamaron: ¡manos a la obra! Uniendo la palabra con la acción. Nehemías 2:18 (NVI).

Vivimos el Evangelio que son buenas noticias, que son palabras de salvación. En la Biblia vemos en un pasaje cómo la palabra no está separada de la acción pues la fe sin obras es muerta. Lo que nosotros vivimos no es una liturgia, no vivimos actos místicos que producen cosas, vivimos la Palabra. No oramos solo por nuestras necesidades, sino que descubrimos la belleza de Cristo. Por eso, cuando oramos no solo pedimos, sino que lo transformamos en un encuentro con aquel a quien amamos. Entonces nos preguntamos ¿Por qué nos cuesta hablar con Jesús, a quien amamos tanto? Hay muchas respuestas a ello: la distracción, la tentación, el pecado, la carnalidad, pero la realidad es que siempre voy a encontrar lo que busco en Él.

Es por eso que Jesús estableció este principio: el que busca encuentra, el que llama se le abre, refiriéndose al reino de los cielos. Por eso, aquel que se predispone a buscar a Dios lo encuentra y a aquel que golpea con insistencia se le abre. De la misma manera el que busca el pecado encuentra la muerte, el que busca el egoísmo queriendo tener siempre la razón, lo encuentra, a pesar de destruir sus relaciones o sus afectos.

“Entonces nos preguntamos, ¿que nos define en la vida? Nos define lo que buscamos, lo que construimos, lo que llevamos adelante”.  

Pastor Maximiliano Gianfelici

De esta manera, cuando Nehemías le propone al pueblo la reconstrucción, se predispusieron a poner manos a la obra poniendo la palabra en acción. En el capítulo 3 de Nehemías nos cuenta cómo familia por familia reconstruyeron la ciudad que había sido barrida. Los primeros en reconstruir fueron los ministros, los líderes espirituales y así cada familia desde sus casas reconstruía una porción de la ciudad. Un líder espiritual es aquel que construye relaciones, vidas, familias y cuando hablamos de construcción no queremos decir de tolerar toda la vida nuestra indisciplina. 

No tenemos un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio, que no es nuestra capacidad de autodisciplina, sino que es un don que nos regala Dios. Cuando mencionamos “no puedo cambiar, éste es mi carácter, así soy yo”, estamos rechazando que Dios puso en nosotros esa capacidad. Dominio propio es la autodisciplina, es ordenar nuestra vida, es mirar a Jesús y querer ser como Él.

No podemos vivir sin dominio propio, echándole la culpa al resto por nuestro mal carácter. No hay nada en el pasado que sea más fuerte que el Espíritu que Dios puso dentro de nosotros y esto hay que trabajarlo. Le hemos dado al enemigo la capacidad de hacer lo que quiera con nosotros y muchas veces es más fácil porque de esa manera no nos hacemos cargo de nuestras malas decisiones.

Vemos en la Palabra que mientras empezaban a construir había gente notable del pueblo que no lo hizo, entonces vinieron otras familias y construyeron lo suyo, incluido lo de ellos. Podemos ver que cuando el de al lado nuestro no construye tenemos más para nuestras vidas. Cada familia se hizo cargo en aquel tiempo de su pedazo de historia, haciendo que la obra crezca porque era la obra de todos.

“Estamos en un tiempo de reconstruir por familias, nos ocupamos de construir el altar en nuestro hogar, piedra sobre piedra y si terminamos lo nuestro seguimos por lo más cercano”.

Pastor Maximiliano Gianfelici

Nuestro enfoque está en los hogares antorchas, hogares encendidos con familias con propósito. La palabra familia está ligada a hogar y ésta a nación. Como la promesa dada a Abraham “en tu familia serán benditas todas las familias de la tierra”, Dios ve nuestros hogares y es momento de levantar el altar de la casa, de soltar el celular, dedicar tiempo a nuestros hijos y de provocar momentos de intercesión. 

Es tiempo de hablar a nuestros vecinos e invitarlos a las reuniones, de partir el pan con quienes están en necesidad, esa es la obra de la iglesia. Construimos una comunidad de fe donde nos importa nuestro prójimo. Viene un tiempo de reconstrucción para nuestra casa, perdonando a quienes nos hirieron, uniendo los lazos y poniéndose de acuerdo, pero siempre en torno a Cristo levantando un altar.

Todos somos iguales delante de Dios, no hay casas más o menos importante, estamos construyendo la dimensión del avivamiento que viene desde nuestras casas. Habrá tensiones y resistencias, el diablo no cambió y así como en el tiempo de Nehemías tuvieron oposición, también ahora lo tendremos, mentiras que vienen a nuestros oídos y mente. Sin embargo, nos levantamos como en aquel tiempo llevando en una mano la espada y en la otra la cuchara para construir una vida equilibrada, que une la palabra con acción.

Si nuestras palabras son de condenación y de violencia, la acción consecuente será destrucción, pero si nuestras palabras son de vida, fe y esperanza la acción será reconstrucción.

Pastor Maximiliano Gianfelici

Nehemías 4:13-14,23 (NVI) Es la palabra del Espíritu Santo para nuestras vidas. El Espíritu Santo nos anima a no tener miedo, no corramos a la angustia, a la depresión, acordémonos del Señor que es grande y temible. El nombre de Yeshúa es más poderoso que cualquier pandemia, virus o destrucción. Es el nombre eterno, que perdura, es el nombre del que ha servido y a quien le hemos rendido nuestras vidas.

El nombre de Jesús es grande y temible, no es un ídolo, ni un líder religioso muerto del cual veneramos su sabiduría, no es el nombre de un pastor, ni de un ministerio. Es el nombre de Yeshúa, nombre por sobre todo nombre, poderoso y dueño de nuestra historia. Es el primero y el último, el alfa y la omega, el unigénito. Es quien domina la eternidad, su nombre tiene poder para atar demonios porque en su sangre hay libertad. 

Es real en la persona del Espíritu Santo que llena todo vacío. Nosotros somos parte de una familia asombrosa que es la familia en Cristo. Por eso debemos pelear por nuestros hermanos, por los que están caídos, por los que han perdido la fe, vistiéndonos de la armadura de Dios para estar listos para cuando lleguen los días malos, teniendo fe, esperanza, ciñendo nuestros lomos con la justicia. 

A través de la palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo fuimos preparados y llamados para este día malo. Por eso no dejamos de crecer, de creer y de reconstruir porque entendemos que la Presencia del Espíritu Santo obra en nuestras vidas.

"Todavía hay ruinas que 
tapan los cimientos, 
todavía hay cosas que 
deben ser destruidas 
para edificar algo nuevo.
Nos levantamos a construir,
dejamos de observar 
cómo todo está roto, 
para reconstruirlo.
Dejamos de lamentarnos 
de lo que se ha caído por 
su propio peso
y piedra por piedra 
lo reedificamos”.

Poema por Yamila A.